martes, 25 de octubre de 2011

45 minutos de entretenimiento - Stephen King



Tengo la perspectiva de ser un lector de relatos cortos desde que tenía 8 ó 9 años. En aquel entonces había revistas por todas partes. Había tantas revistas publicando ficción breve que nadie podía abarcarlas todas. Eran como una gran boca abierta que exigía que la alimentaran. Ya sólo los pulps, los pulps de 15 y 20 centavos, publicaban unos 400 relatos al mes, y eso sin contar lo que llamábamos las revistas “elegantes”: Cosmopolitan, American Mercury… Todas esas revistas publicaban ficción breve. Y luego el pozo empezó a secarse. Hoy en día te bastan literalmente los dedos de ambas manos para contar el número de revistas, que no pertenezcan a pequeñas editoriales, que publican relatos cortos. Y yo siempre he querido escribir para un gran público. Me parece una ambición honorable, igual de honorable que decir: “Tengo una obra que sólo va a ser apreciada por una pequeña franja de público”. Y hay pequeñas revistas que publican en ese sentido, pero muchos de los individuos que leen esas revistas sólo las leen para ver qué tipo de relatos publican para poder enviarles los suyos. El relato corto ha dejado de ser algo generalizado. No ves a gente en el avión con las revistas abiertas por la séptima entrega de lo nuevo de Norman Mailer. Por supuesto, Mailer ya falleció, pero ya sabes a lo que me refiero. Y tanto darle vueltas al e-book y al ordenador en parte sólo sirve para enturbiar las aguas y oscurecer el hecho de que la gente sencillamente ha dejado de leer relatos cortos. Y cuando has perdido la costumbre de hacerlo, pierdes la maña, pierdes esa habilidad para sentarte 45 minutos a entretenerte un rato con una historia como esta. [...] Cuando veo los libros de algunos de los autores de suspense que son populares hoy en día, pienso para mí mismo: “Básicamente son libros para gente que en realidad no quiere leer”. Pasan sin dejar huella, como una especie de comida rápida que va de la boca a los intestinos sin detenerse a nutrir ninguna parte del cuerpo. No quiero dar nombres, pero ya sabemos todos de quiénes estoy hablando.

Los viejos paradigmas no han terminado de desaparecer y los nuevos paradigmas resultan todavía algo confusos. Y tenemos la cuestión tecnológica, no sabemos todavía lo que significa tener un cerebro digitalizado. La gente parece no poder concentrarse, por ejemplo, no puede detenerse un momento para leer un libro. Hay un número considerable de gente diciendo que ya no puede hacerlo. No el tipo literario, claro, sino la gente que decía leer unos doce libros al año o así. Esta gente se ha acostumbrado a picotear de uno y otro lado… Creo que la incapacidad para comprometerse con una experiencia lectora es una pérdida gigantesca. Me horrorizaría que mis hijos no fueran capaces de leer de esa forma. Pienso que las novelas tienen un lugar a la hora de buscar comprender el mundo, y esa es la razón por la que uno termina leyendo no ya a sus contemporáneos sino a la generación anterior, para de esa manera enriquecer nuestro mundo. Creo que eso es lo que hacen las novelas, enriquecer nuestro mundo. Como sabes, mis dos referentes principales son Bellow y Nabokov. La obra de Nabokov es enorme, mucho más que la de Bellow, y contiene por lo tanto excesos bastante más obvios. Sin embargo, Nabokov no se interesó ni por un segundo en la modernidad, en el mundo moderno, mientras que Bellow sí estaba interesado en él, su obra está mucho más relacionada con el mundo moderno, tiene esta especie de autoconciencia acerca de la cultura de masas. Pero en todo caso, no creo que eso sea lo importante en ninguno de los dos, lo importante es el disfrute artístico.

S. K.

IMPACTANTE DOCUMENTAL Y ARTICULOS SOBRE STEPHEN KING:
http://locusliterario.com/forodos/index.php/topic,2287.msg29109/topicseen.html#msg29109

martes, 4 de octubre de 2011

Triada de Candidatos al Nobel Literario


¿Oz? ¿Adonis? ¿Tranströmer? Para los apostadores, un novelista israelí, un poeta sirio-libanés y otro sueco están al frente en la lista de posibles ganadores. El nombre fue revelado en los anteriores días.

Al ganador del Nobel, Günter Grass, le gustaría que fuera el israelí Amos Oz, pero los tahúres apuntaban al poeta sirio-libanés Adonis. Y es que se acercaba ya la fecha en que se desvelaría el nombre del nuevo Nobel de Literatura y, como cada año, vuelvía a girar el carrusel de especulaciones. Mientras, en Estocolmo, la Academia Sueca seguía guardando en secreto la fecha del anuncio.

No fue hasta el lunes cuando comunicó si el galardón literario más prestigioso del mundo será debatido el jueves que viene o el de la semana siguiente. En la casa de apuestas Ladbrokes, los octogenarios poetas Adonis y el sueco Tomas Tranströmer se situaban como favoritos, pero el presidente del jurado sueco, Peter Englund, no parecía inmutarse: "Eso sigue un esquema muy rígido. Pero no tiene lo más mínimo que ver con nuestra decisión."

Por eso, los amantes de las apuestas sólo podían buscar entre la niebla y hacerse sus cálculos de probabilidades. Desde el polaco Wislawa Szymborska (1996), ningún poeta había ganado el Nobel. Por eso, muchos sostenían que este año tocaba.

Pero además de las probabilidades por género, también se especulaba a nivel geográfico: desde Toni Morrison (1993), el Nobel no ha recaído en Estados Unidos. Y por eso, el novelista Thomas Pynchon se situaba en el tercer puesto de la lista de Ladbrokes, sorprendentemente muy por delante de sus compatriotas Philip Roth y Comarc McCarthy.

Sin embargo, entre los miembros del jurado, la probabilidad sólo funciona a veces. "Las decisiones de la Academia de Estocolmo son un tema por sí mismas", dijo el alemán Grass a la agencia DPA en el marco de una feria literaria.

Así, quizá no hubo tanta sorpresa. Como sucedió el año pasado con el eterno aspirante, el peruano-español Mario Vargas Llosa. Y también en 2009, especialmente fuera de Europa, con la escritora rumana Herta Müller.

"¿Herta quién?", se preguntaron en algunas redacciones estadounidenses cuando llegó la noticia desde Estocolmo. Y lo mismo sucedió en Europa -y en muchas partes del mundo- en el año 2000, cuando el preciado galardón fue para el hasta entonces poco conocido Gao Xingjian.

Por Thomas Borchet

La triada de autores se suma a la lista donde figuran Thomas Pynchon, Cormac McCarthy, Philip Roth, Don Delillo por U.S.A, Haruki Murakami por Japón, Ngugi Wa Thiong'o de Kenia, Péter Nádas de Hungría entre los más sonados.

Pero finalmente el gran ganador resultó ser el poeta Tomas Transtömer de Suecia.

ARTICULOS ESPECIALES CON TODOS LOS NOMINADOS AQUI:

miércoles, 24 de agosto de 2011

Xavier Velasco en "CAMINANDO CON GIGANTES" de Johnnie Walker

"Escribir es vivir dentro del personaje... Escribir es también anular las fronteras y caminar por donde nadie ha caminado." Xavier Velasco



viernes, 27 de mayo de 2011

Ciento diez novelas a partir de 1900


Enhorabuena.  La cuestión ha surgido una vez más.  Muchos lectores nos hemos preguntado cuáles serían las ciento diez obras literarias más grandes del siglo XX y hasta la fecha…
            Hace más de un año que venimos haciendo la lista y ahora nos aventuramos a ponerla aquí. Siempre es difícil hacer un listado de este tipo.  Arbitrario, pero siempre divertido… por difícil (cuál antes de otra y cuánto se deja afuera)… y a veces no tanto:
Tenemos aquí para ustedes la lista de los libros de narrativa escritos a partir del año 1900 que se consideran más grandes entre cuantos han leído a la fecha muchos lectores de todas partes del mundo, explicando brevemente algunos de los motivos en el caso de los primeros veinte.  Tras las cien del tope, se agregan una relación de títulos que son de futura recomendación, probablemente, y si están a la altura de las recomendaciones que de ellos nos han dado, se harán un lugar en una nueva actualización de la lista:

1.- En busca del tiempo perdido (1913-1927), de Marcel Proust… Porque lo es todo.  Porque reúne casi todos los más grandes atributos de las demás novelas de la lista… Por ser la muestra más representativa del inmenso talento y la maestría de un gigante a quien, personalmente, sólo puedo comparar por sus méritos con Shakespeare y Tolstoi en mis preferencias universales.

 2.- La muerte de Virgilio (1945), de Hermann Broch… Porque esta obra, a juicio de Thomas Mann, el poema en prosa más grande en lengua alemana desde lo hecho por Goethe, es además, una de las más profundas, en todos los sentidos que se quiera y pueda dar a la palabra, en cuanto a la muerte, el arte, el tiempo y muchos otros temas para cuya explicación en cuanto al enfoque de Broch, se requerirían miles de páginas…, todas incapaces de lucir la belleza que logró este inmenso autor.

3.- Ulises (1922), de James Joyce… Porque no hubo broma y burla más grande en la historia de la literatura universal desde la aparición de esta obra, sucesora, de algún modo, de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy (sin contar, por supuesto, Finnegan’s Wake).  Porque Joyce lo cambió todo… Porque aún en sus traducciones al español se puede apreciar la inmensidad de una obra genial como casi ninguna otra en su acercamiento a los límites de cuanto es posible seguir del texto para un lector que no sabe tanto como el mismo James Joyce… Y porque la seguiré leyendo para ir entendiendo una pizca más de ella cada vez…, mientras perfecciono mi inglés y me decido a matarme leyéndola en su idioma.

 4.- El hombre sin atributos (1930-1943), de Robert Musil… Porque si hay una labor, en cuanto a proposición de tesis, estudio científico e innovación en el conocimiento, comparable a la de Proust, ésa es la de Robert Musil, sobretodo, en la inacabada, inmensa, extraordinaria obra bajo comentario.

 5.- La broma infinita (1996), de David Foster Wallace:… Por contener y ser en sí misma la crónica realista y profunda, el caleidoscopio, el juego lingüístico y la aventura literaria más atrevida y mejor lograda desde el Ulises, pero con el sabor propio que sólo el gran mago erudito y culto, Wallace, podía habernos legado desde EE:UU.

 6.- El bosque de la noche (1936), de Djuna Barnes… Como la mayor manifestación del genio de una mujer única y brillante, a la talla de Jane Austen (a quien Djuna despreciaba) o de Emily Bronte (a quien consideraba la única mujer escritora realmente buena, además de sí misma) e, incluso, superándolas a ambas a su manera, llevando a la Literatura toda más allá.  Una joya admirada por los más grandes escritores, entre quienes se cuentan, Ezra Pound, T. S. Eliot o James Joyce, quien le obsequió el manuscrito original de Ulises a la genial escritora como muestra de su amistad y aprecio.

 7.- El castillo (1926), de Franz Kafka… Porque Kafka, sobre todo con éste título, reinventó la forma de hacer literatura, el arte y cambió también, de alguna forma, la manera que se tenía de ver el mundo.  El castillo es un monumento a la inventiva, al humor y a la seriedad del compromiso literario para con el arte universal.

 8.- ¡Absalón, Absalón! (1936), de William Faulkner… Una de mis más queridas novelas de siempre… de uno de mis autores favoritos de siempre.  Al terminar de leerla, uno comprende de inmediato por qué Juan Carlos Onetti dijo que por su parte, al hacerlo, que quedó paralizado ante su perfección, que dejó de escribir por un tiempo y que le duró por un tiempo la sensación de ya no valía la pena seguir intentando una gran obra, pues ésta, la mayor, ya estaba hecha.

 09.- Ada o el ardor (1969), de Vladimir Nabokov… Una obra maestra deliciosa, lo mejor de este gran maestro universal y la única novela escrita después de la segunda mitad del siglo XX a la talla, en mi opinión, de los monumentos literarios de principios de dicho siglo que ocupan los primeros puestos de ésta lista (cuyo criterio en este caso, coincide con el de muchas otras editadas alrededor del mundo).

10.- La montaña mágica (1924), de Thomas Mann… Una de las novelas más grandes escritas nunca, y, en muchos sentidos, la novela escrita en alemán más importante del siglo XX.  La considero la novela clásica (para no competir con La Muerte de Virgilio) terminada (para no competir con El hombre sin atributos) más grande en esa lengua.  Leerla puede dejarle a uno perturbado por la inmensidad de cuanto abarca y por todo cuanto logra con éxito.

11.- El libro del desasosiego (aparecido en 1982), de Fernando Pessoa… Porque, sí, este libro constituye con todas las de ley un extraordinario tesoro.  Escrito durante varios años a partir de principios de siglo, fue recién sacado a la luz en 1982 para convertirse de inmediato en un clásico imprescindible de la literatura universal…, el mayor legado del inmenso Pessoa.

 12.- Bajo el volcán (1947), de Malcolm Lowry… Única y formidable; el mayor tributo a el Ulises de Joyce (según palabras del mismo Lowry) jamás escrito, dotada de un carácter genial y muy propio, que lo hace valerse por sí mismo para llegar a este puesto de mi lista y que, en muchos otros casos, le ha merecido el lugar de honor sólo tras la obra de Proust y del homenajeado escritor dublinés.

 13.- Trilogía: Los sonámbulos (1931-1932), de Hermann Broch… Porque en los tres libros que la componen, luce los increíbles talento y maestría de Broch para emplear su arte bajo la influencia de Proust y de Joyce de tres formas muy distintas, consiguiendo forjar una obra cuya lectura explica sobradamente la admiración que otros muchos escritores de su época sintieron por ella y muchos otros aún sienten, como es el caso de Carlos Fuentes, quien la llamó la obra más importante del siglo XX.

 14.- Pedro Páramo y El llano en llamas (1955 Y 1953, respectivamente), de Juan Rulfo… Los que señalo juntos pues me pareció excelente la decisión de editar ambos libros como uno solo, en un todo producido por el mayor genio mexicano de siempre.  Sobre los efectos de su lectura… podrían preguntarle al mayor genio admirador suyo: Gabriel García Márquez.

 15.- Viaje al fin de la noche (1932), de Louis Ferdinand Céline… Genial, brillante, y casi cegadora novela por la brutalidad con que alumbra desde sí y sobre sí misma con el carácter que su autor manifiesta en cada palabra del texto, un carácter… muy… muy… de Louis Ferdinand Céline, el sucio.

 16.- Muerte a crédito (1936), de Louis Ferdinand Céline… Porque si en mi opinión apenas no supera al anterior titulo del mismo autor, ratifica claramente la genialidad de éste ante el mundo entero, elevándolo al altar de los más admirados con toda razón.  Muerte a crédito es un libro que se atreve a más que Viaje al fin de la noche y que podría haber ocupado, casi sin problemas, el mismo lugar con este último título…, de no ser porque me propuse no dejar empates.

 17.- Memorias de Adriano (1951), de Marguerite Yourcenar… Una belleza.  El prodigio mayor de una escritora prodigiosa.  Obra admirada por muchos autores, críticos y especialistas alrededor del mundo entero, fue, como la mayoría de títulos en esta lista, criticada también por algunos otros pocos… cuyas opiniones respecto de esta obra maestra han sido, creo yo que con absoluta razón, silenciadas en muchos casos por el canto de alabanzas que dignamente merece.  Claro que sí.

 18.- Tirano Banderas (1926), de Ramón del Valle Inclán… Extraordinario por todo cuanto contiene: la historia, la estructura de la novela, y sobre todo, el estilo y el manejo del lenguaje.  Todo, extraordinario.  Y aparentemente no ha habido escritor que haya llevado el español más allá de donde el gran Ramón del Valle Inclán lo llevó con la publicación de esta obra maestra.

19.- La marcha Radetzky (1932), de Joseph Roth… Una delicia embriagadora.  La novela que mejor retrata la decadencia y caída del Imperio Austro-Húngaro y el impacto en su sociedad.  Un libro para leerlo, disfrutarlo… y adorarlo… y volver a leerlo y volver a disfrutarlo y… etcétera… como la más lujosa manifestación de una forma de literatura sublime, propia de la genialidad de éste, nuestro gran santo bebedor.  Salud.

20.- El cuarteto de Alejandría (1957-1960), de Lawrence Durrell… Porque las cuatro partes que componen esta obra son, sencillamente, sensacionales.  De lo mejor y más grande hecho en la historia a partir del 1900.  Una cita con lo mejor de lo mejor para la mesa, a gusto de quien desee sólo de lo más fino, intenso… provocador… y memorable.

21.- Molloy (1951), de Samuel Beckett.
22.- El ruido y la furia (1929), de William Faulkner.
23.- El maestro y Margarita (publicada en Rusia en 1966), de Mijaíl Bulgákov.
24.- Paradiso (1966), de José Lezama Lima.
25.- Jakob Von Gunten (1909), de Robert Walser.
26.- El proceso (1925), de Franz Kafka.
27.- La conciencia de Zeno (1923), de Italo Svevo.
28.- Doctor Faustus (1947), de Thomas Mann.
29.- Caballería roja (1929), de Isaac Bábel.
30.- El corazón de las tinieblas (1902), de Joseph Conrad.
31.- La metamorfosis y otros relatos (1915), de Franz Kafka.
32.- Las palmeras salvajes (1939), de William Faulkner.
33.- Luz de agosto (1932), de William Faulkner.
34.- Los reconocimientos (1955), de William Gaddis.
35.- Bella del señor (1968), de Albert Cohen.
36.- Confabulario personal (compilado después de 1957), de Juan José Arreola.
37.- Llámalo sueño (1934), de Henry Roth.
38.- Manhattan Transfer (1925), de John Dos Passos.
39.- El retrato del artista adolescente (1916), de James Joyce.
40.- Pálido fuego (1962), de Vladimir Nabokov.
41.- Al faro (1927), de Virginia Woolf.
42.- Dublineses (1914), de James Joyce.
43.- El gran Gatsby (1925), de Francis Scott Fitzgerald.
44.- Vida y destino (publicada por primera vez en 1962), de Vasili Grossman.
45.- Los pasos perdidos (1953), de Alejo Carpentier.
46.- El siglo de las luces (1962), de Alejo Carpentier.
47.- Un día en la vida de Iván Denísovich (1962), de Alexander Solzhenitsyn.
48.- Mientras agonizo (1930), de William Faulkner.
49.- Doctor Zhivago (1957), de Boris Pasternak.
50.- El amor en los tiempos del cólera (1985), de Gabriel García Márquez.
51.- Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez.
52.- Una muerte en la familia (1957), de James Agee.
53.- Ficciones (1944), de Jorge Luis Borges.
54.- El loro de Flaubert (1984), de Julian Barnes.
55.- El arcoíris de gravedad (1973), de Thomas Pynchon.
56.- Abbadón, el exterminador (1974), de Ernesto Sábato.
57.- Lolita (1955), de Vladimir Nabokov.
58.- El Gatopardo (1958), Giuseppe Tomasi Di Lampedusa.
59.- El extranjero (1942), de Albert Camus.
60.- El tambor de hojalata (1959), de Gunter Grass.
61.- Meridiano de sangre (1985), de Cormac McCarthy.
62.- Sophie (1979), de William Styron.
63.- Relatos a la manera casi clásica (1988), de Harold Brodkey.
64.- El enigma de la llegada (1987), de V. S. Naipaul.
65.- Conversación en la catedral (1969), de Mario Vargas Llosa.
66.- Una casa para el señor Biswas (1961), de V. S. Naipaul.
67.- El astillero (1960), de Juan Carlos Onetti.
68.- Tres tristes tigres (1967), de Guillermo Cabrera Infante.
69.- Austerlitz (2002), de W. G. Sebald.
70.- El innombrable (1953), de Samuel Beckett.
71.- Tomos autobiográficos (1977), de Elías Canetti.
72.- Short cuts (1993), de Raymond Carver.
73.- El teatro de Sabbath (1995), de Philip Roth.
74.- El poder y la gloria (1940), de Graham Greene.
75.- Herzog (1964), de Saúl Bellow.
76.- El obsceno pájaro de la noche (1970), de José Donoso.
77.- El señor de las moscas (1954), de William Golding.
78.- Cuentos completos (1979), de John Cheever.
79.- Las tiendas de color canela (1931), de Bruno Schulz.
80.- Sobre héroes y tumbas (1961), de Ernesto Sábato.
81.- La guerra del fin del mundo (1981), de Mario Vargas Llosa.
82.- La busca (1904), de Pío Baroja.
83.- La casa de las bellas durmientes (1961), de Yasunari Kawabata.
84.- Desgracia (1999), de J. M.  Coetzee.
85.- Hijos de la medianoche (1980), de Salman Rushdie.
86.- El ancho mar de los Zargazos (1967), de Jean Rhys.
87.- El amor de una mujer generosa (1998), de Alice Munro.
88.- Pastoral americana (1997), de Philip Roth.
89.- Microcosmos (1997), de Claudio Magris.
90.- Trópico de cáncer (1934), de Henry Miller.
91.- Una historia de amor y oscuridad (2003), de Amos Oz.
92.- El barril mágico (1958), de Bernard Malamud.
93.- La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes.
94.- Un amigo de Kafka y otros cuentos (1973), de Isaac Bashevis Singer.
95.- Relatos autobiográficos (1975-1982), de Thomas Bernhard.
96.- La tetralogía de Conejo Angstrom (1960-1990), de John Updike.
97.- La náusea (1938), de Jean Paul Sartre.
98.- La invención de Morel (1940), de Adolfo Bioy Casares.
99.- Nueve cuentos (1953), de J. D. Salinger.
100.- Viñas de ira (1939), de John Steinbeck.
101.- Ferdydurke (1937), de Witold Grombowicz.
102.- La hija de Burguer (1979), de Nadine Gordimer.
103.- El beso de la mujer araña (1976), de Manuel Puig.
104.- La enciclopedia de los muertos (1983), de Danilo Kis.
105.- Yo, el Supremo (1985), de Augusto Roa Bastos.
106.- Ruido de fondo (1985), de Don De Lillo.
107.- El cuaderno dorado (1962), de Doris Lesing
108.- Cosmos (1965), de Witold Grombowicz.
109.- Tratado de las pasiones del alma (1990), de Antonio Lobo Antunes.
110.- La insoportable levedad del ser (1984), de Milan Kundera.

Y aquí, como les dije al principio, algunas de nuestras próximas lecturas, las que podrían llevarnos, según les explicamos, a modificar la lista en el futuro:

-          Una fábula, de William Faulkner.
-          Trampa 22, de Joseph Heller.
-          Mason y Dixon, de Thomas Pynchon.
-          El hombre invisible, de Ralph Ellison.
-          La señora Dalloway, de Virginia Woolf.
-          Agosto 1914, de Alexander Solzhenitsyn.
-          Un buen partido, de Vikram Seth.
-          Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh.
-          Nostromo, de Joseph Conrad.
-          El árbol de la ciencia, de Pío Baroja.
-          El mirón de Alain Robbe-Grillet.
-          Submundo, de Don De Lillo.
-          Kim, de Rudyard Kipling.
-          Una habitación con vistas, de E. M. Forster.
-          Posesión, de A. S. Byatt.
-          Hambre, de Knut Hansum.
-          Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer.
-          Una tragedia americana, de Theodore Dreiser.
-          Del tiempo y el río, de Thomas Woolf.
-          Terra Nostra, de Carlos Fuentes.
-          La trilogía de Depford, de Robertson Davies.
-          Escapada, de Alice Munro.
-          Opus Nigrum, de Marguerite Yourcenar.
-          Diarios, de Witold Grombowicz.
-          Los embajadores, de Henry James.
-          Los papeles de Aspern, de Henry James.
-          Sonatas, de Ramón del Valle Inclán.
-          Berlín Alexanderplatz, de Alfred Doblin.
-          Las Correcciones, de Jonathan Franzen.
-          Trilogía de Nueva York, de Paul Auster.
-           El periodista deportivo, de Richard Ford.

sábado, 21 de mayo de 2011

Esto no es una necrológica

UNO Hay algo de paradójicamente triste –más allá y muy por debajo de la tristeza sin atenuantes ni gracia alguna– en contar con tan poco espacio para escribir sobre el inmenso, expansivo e inconmensurable David Foster Wallace. Si hubiera algo de justicia espacio-temporal en este mundo, su necrológica debería –correspondiendo a su estilo y estética– ocupar por lo menos todo este blog y estar bordada con numerosas y exhaustivas notas al pie.
Pero no.
Seamos breves: el viernes 12 de septiembre de 2008 el escritor norteamericano David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, 1962) tomó la decisión de quitarse la vida (aquí debería insertarse una nota al pie explicando en detalle la historia y los diferentes modos de anudar una soga para ahorcarse) y su cuerpo fue encontrado esa noche por su mujer en su domicilio de Claremont, California. Los que lo conocían mucho o bien no parecen haberse sentido muy sorprendidos por la mala noticia.
Buena noticia: esto no pretende ni quiere ser una necrológica. Esto quiere –y esperar ser– una contratapa sobre una de las obras más vivas y seguramente perdurables en la literatura contemporánea Made in USA.
DOS Y me enteré de la muerte de Wallace mientras leía Bridge of Sighs, la nueva novela de Richard Russo. No creo que entre las muchas necrológicas dedicadas en estos días a Wallace vaya a haber una que mencione a Richard Russo junto a su nombre. Pero –ya lo advertí– esto no es una necrológica. Y no se me hace difícil relacionar a uno y otro escritor. Me explico: Wallace y Russo –cada uno a su manera y desde las antípodas de sus escritorios pero, por lo general, con generoso volumen de páginas y talento– cuentan lo mismo: la desintegración de los Estados Unidos desde la entropía de familias atrapadas en pueblos pequeños o en los inmensos infiernos de estructuras corporativas más o menos eficaces.
De este modo Bridge of Sighs –con su cálido costumbrismo y su lóbrega picaresca– está mucho más cerca de lo que parece de La broma infinita: magnum opus (1079 páginas en mi primera edición norteamericana de 1996, igual número en la reedición subsanando erratas de 2006 y con prólogo de Dave Eggers) por la que Wallace fue celebrado en vida y ahora evocado en la muerte.
TRES “¿Es David Foster Wallace, como algunos creen, el escritor más importante de su generación? Está claro que cuenta con la combinación necesaria de intelecto, talento y ambición en cantidades extravagantes”, se preguntaba primero y se respondía a medias la entrada que le dedicó The Salon.com Reader’s Guide to Contemporary Authors (Penguin, 2000). Y ahí –voluntaria o involuntariamente– estaba todo el dilema y el enigma. El lanzamiento de La broma infinita fue casi similar al que se dedica a vender a un presidente. Campaña bestial de publicidad y marketing para un libro que descendía directamente de títulos como Los reconocimientos de William Gaddis, El arco iris de gravedad de Thomas Pynchon, El túnel de William Gass y –antes que nada y nadie– del Tristram Shandy de Lawrence Sterne, del Moby Dick de Herman Melville, de El hombre sin atributos, de Robert Musil, y de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.
Así, La broma infinita gozó y padeció de una enorme atención mediática y mereció ese particular tratamiento que recibe toda Novela King Kong: el de ser adorada por nativos y celebrada por turistas a la vez que se la abate. Los nativos, claro, eran aquellos que venían siguiendo a Wallace desde antes, desde su debut novelístico The Broom of the System (de 1987, que continúa inédito en castellano junto al tratado Signifying Rappers: Rap and Race in the Urban Present (1990), escrito junto a Mark Costello; el resto ha sido publicado por Mondadori, y los relatos o micronovelas reunidos La chica del pelo raro (1989), así como sus formidables ensayos y artículos periodísticos (para muchos lo mejor y lo más influyente y trascendental de su obra) que no demorarían en ser reunidos primero en Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer (1997) y luego en Hablemos de langostas (2005).
Pero La broma infinita fue y sigue siento uno de esos momentos clave dentro del panorama literario que no es otra cosa que –como la novela de Wallace– el constante eco de un chiste sin final proyectándose hacia el abismo: la vieja y eterna discusión –a eso se refiere Eggers en su introducción– de difícil versus fácil y todo eso. De ahí que no demoraran en aparecer sites de Internet enteramente lanzados a la decodificación de la novela, guías de lectura completamente dedicadas a la explicación y simplificación de los múltiples vericuetos del monstruo, y abundaran las polémicas en los medios y vernissages en cuanto a si Wallace era inventivo o, apenas, un invento. Y fueron muchos y demasiados lo que se olvidaron de decir lo más fácil de decir: que la formidable saga casi-futurista estaba muy pero muy bien escrita y que abundaba en momentos emocionantes y sensibles acercando a Wallace a las tierras de Salinger y Vonnegut a la vez que lo consagraban como el mejor escritor satírico de su generación junto al american psycho Bret Easton Ellis. Y que –tal vez lo más importante de todo para algunos– La broma infinita había sido, seguramente, un libro difícil (entendiendo por dificultad la entrega que le había exigido a su autor) de escribir pero fácil (entendiendo por facilidad el placer que obsequiaba a su lector) de leer.
En una entrevista, Wallace –sobrevivido hoy por colegas y amigos en la misma brecha como Rick Moody, William T. Vollmann o Richard Powers– explicó sus intenciones con sintética claridad: “Yo tuve un profesor que me caía muy bien y que aseguraba que la tarea de la buena escritura era la de darles calma a los perturbados y perturbar a los que están calmados”.
Misión cumplida entonces.
CUATRO Y una de las últimas “bromas” de Wallace fue la publicación –en el 2003, en una colección científica, otro libro suyo que no se tradujo porque posiblemente sea imposible de traducir– de Everything and More, subtitulado irónicamente como Una historia compacta del infinito y cuya meta es, en apenas poco más de 300 páginas rebosantes de fórmulas y gráficos, exactamente eso: la historia de la idea de lo incesante, de lo que no termina, de lo que no puede acabarse. En la contraportada, James Gleick lo celebraba con un “Wallace + lo infinito: ¡maravillosa pareja!” Y agregaba aquello que muy pocos críticos supieron escribir o poner por escrito porque, tal vez, no podían o no querían verlo: “Esta es la más exquisita (e hilarante) ensayística científica. Wallace abraza la incompatibilidad de las matemáticas y la prosa y extra arte de ella. Y, también, cuenta una gran historia”.
Parafraseando a Gleick, Wallace abrazó en sus ficciones la supuesta compatibilidad entre el cerebro y el corazón.
Y nos regaló grandes historias.
CINCO Y en ocasiones la muerte de los escritores resucita a los libros. Descubro –mientras escribo esto– que, en el ranking de la librería virtual Amazon, La broma infinita (no es broma, aunque tiene su gracia) ha trepado hasta el puesto número 16 de los libros más vendidos.
Buena noticia resultante de una mala noticia.
Bienvenidos sean aquellos que recién llegan a esta broma.
Y a no pensar –a intentar no pensar– en su triste remate.
Ahí está lo que Wallace escribió sobre los relatos de Kafka en Hablemos de langostas. Los definió como “una especie de puerta” y nos propuso “que nos imaginemos acercándonos y llamando a esa puerta, cada vez más fuerte, llamando y llamando, no sólo deseando que nos dejen entrar sino también necesitándolo; no sabemos qué es pero lo sentimos, esa desesperación por entrar, por llamar y dar porrazos y patadas. Y que por fin esa puerta se abre... y se abre hacia afuera: que durante todo el tiempo ya estábamos dentro de lo que queríamos”.
Pasen a donde ya estaban y lean y sigan leyendo.
Esto no es una necrológica.

Por: Rodrigo Fresán